Según noticias concordes de los cronistas, los diaguitas carecían de un gobierno único permanenteORGANIZACIÓN SOCIAL, FAMILIA, DERECHO.
Según noticias concordes de los cronistas, los diaguitas carecían de un gobierno único permanente. Acerca de su gobierno, toda esta tierra no ha tenido en ningún tiempo, como la tuvieron los reinos del Perú. En cada pueblo residía, según agrega el mismo Alonso de Barzana, su principal y cabeza, el cual llegaba al poder por sucesión, añadiendo que suceden los hijos a los padres y los hermanos, sino tiene hijos. Este último dato implicaría la existencia de una verdadera casta gobernante, caso no comprobado por otros testimonios.
El número de estos caciques, de los cuales el principal fue el famoso don Juan Calchaquí que reunió bajo su mando a todos los pueblos del valle de su nombre, en un territorio de cosa de treinta leguas, fue muy elevado. Hay un dato en Lozano que prueba su gran número. Cuando las andanzas del aventurero Bohorquez, éste, en lucha con los españoles, reunió a todos los caciques que le rendían acatamiento. Concurrieron 117, a pesar de que estuvieron ausentes dos de los pulares y todos de los pacciocas. Por su parte, Narváez señala que aunque tienen caciques y es gente que los respetan, son behetrías, que no hay más de señores en cada pueblo o valle y son muchos valles y pueblos pequeños. Entre ellos era común las alianzas. Lozano no cuenta que don Juan Calchaquí, para salvar a su hija, convocó todas la parcialidades de su nación. La exigencias de la guerra contra el enemigo común –el español- reunió a parcialidades, aún a naciones distintas en su desesperado intento de libertad.
La autoridad del cacique sobre sus huestes era absoluta. Cuando el cacique se rendía o pactaba, su gesto provocaba igual manifestación de su gente. Si el jefe caía preso y, como medida de buena política era perdonado, el agradecimiento de los naturales era inmenso y en ellos no se resfriaba el amor hacia los salvadores. En tanto aprecio tenían los caciques su autoridad plena que el honor hacía preferible la muerte a la pérdida de ese prestigio y respeto, El imprescindible Lozano nos narra –acompañando el relato de las inevitables reflexiones morales- la ejemplificadora muerte de un cacique que, abandonado por sus hombres, se despeña, prefiriendo la muerte a la vergüenza.
En algunos casos, este mismo sentimiento de defensa les llevó casi a una organización más centralizada y perfecta. Desaparecido don Juan Calchaquí, y en la época en que hizo su entrada evangelizadora San Francisco Solano, era cacique Silpitocle el más famoso en todo el Valle y a quien reconociendo los demás por cabeza y adalid primero, seguían sin elección sus consejos y parecer en perjuicio del público reposo.
Bohorquez, se hizo reconocer por jefe supremo en todo el Valle. Lozano emplea innúmeras páginas para contarnos las hazañas y andanzas del falso inga. Y nos dice que los calchaquíes exultantes afirmaban que ya tienen su rey en Calchaquí, agregando, poco después, que le llamaban titaquín, título que, probablemente, equivalía al antes discernido. Este dato no es reiterado por los demás cronistas.
En cuanto a la composición de la familia sólo tenemos noticias sueltas. La poligamia parece que era regla general: el hombre que casaba, si mujer tiene muchas hermanas todas han de ser mujeres del que casó con la mayor. A la muerte de este pater familia, su hermano pasaba a ser considerado como esposo de aquéllas. Era, pues, un matrimonio por grupo familiar. Barzana añade: Pero una cosa hallé en esta genta tan fiera buena y loable; que se casan muy hombres y muy tarde vienen a conocer mujer; no por temor de Dios, a quien no conocen, sino dicen que el darse a ese vicio y el comer carne envejecen presto; y así ellos tienen grandes fuerzas. Quitemos a este dicho la ingenua interpretación del buen misionero; podremos deducir la existencia de un largo período de preparación o iniciación varonil, combinado con la frecuente y paralela exigencia de la castidad, hasta llenados esos requisitos señalados por el grupo tribal. Quizás haya que relacionar esa iniciación con la práctica de la circuncisión que según Techo, tenían los antepasados diaguitas existentes en el momento de la conquista, así como el dato que nos da el mismo de la función del hechicero en la declaración de la pubertad, que se practicaba con ceremonias especiales. La familia entre los diaguitas fue poca numerosa; cuatro o cinco personas, por lo común, la componían.
RELIGION.-
Los diaguitas adoraban el Sol. Este dato de Techo ratificado por Lozano y el primero agrega que también adoraban el trueno, los relámpagos y los árboles adornados con plumas. Pese a esta última afirmación, Narváez no ha hallado que tengan ídolos ningunos a quienes hayan adorados. Serían, pues, animistas y no fetichistas, como lo ha afirmado algún comentarista, pero el punto no está aún suficientemente aclarado, pues el cronista Lozano afirma que los calchaquíes dibujaban dioses de forma humana en sus discos o caylles, y Adán Quiroga ha hallado estos objetos en aquella zona. Recordemos, también, los idolillos de que habla Ambrosetti.
Tenían sacerdotes especiales, sus magos o hechiceros, en lo que están contestes todos los cronistas. A reglón seguido de esta afirmación, Barzana agrega: La inmortalidad del alma ninguno la duda de cuantos indios infieles y bárbaros he hallado, antes todos responden quel alma no se acaba con el cuerpo ni muere; pero no saben decir a donde salida dél. Lo ques cierto desta es que no conocieron Dios verdadero ni falso, y ansí son fáciles de reducir a la fé y no se teme su idolatría, sino su poco entendimiento para penetrar las cosas y misterios de nuestra fe o el poder ser engañados por algunos hechiceros. Indicando al final del párrafo que ninguna cosa de religión o culto suyo es cosa antigua o de algún fundamento. Esto contraría las precedentes afirmaciones de Techo y Lozano, referentes al culto solar, a menos de que por ser creencia de importación, por vía incásica, careciere, entre los diaguitas, de profundo arraigo. Lo que va dicho, se refiere a los indígenas en general de la provincia del Tucumán. Al referirse, directamente, a los calchaquíes, Barzana ratifica, sin embargo el concepto de la devoción solar, cuando afirma: Tampoco hallé en éstos rastro de religión alguna; sólo cuando mataban a algún enemigo le cortaban la cabeza y la mostraban al sol como quien se la ofrecía.
Como en muchos pueblos primitivos estos hechiceros doblaban su condición con la de médicos. Habitaban lugares secretos y se libraban a bacanales terribles, con abuso de las bebidas alcohólicas hasta quedar inconscientes. Este abuso del alcohol (chicha, aloja) traía como consecuencia peleas sangrientas a pedradas y flechazos. Durante la orgía, el brujo, que presidía la fiesta, realizaban un rito propiciatorio de la fertilidad de los campos, para la cual ofrendaba en homenaje al sol (nueva manifestación del culto solar, que nos narra del Techo) una cabeza de cierva, cubierta de flechas. Este símbolo era entregado a otro hechicero quien –de aceptarla- había de presidir la próxima fiesta.
Cuando un diaguita se hallaba enfermo y próximo a morir, sus parientes le velaban, en medio de copiosas libaciones. Esta velación tenía, sin duda, el objeto de servirle de protección contra las fuerzas malignas que le amenazaban. Así, dice Techo, clavaban sus lanzas alrededor del lecho, para impedir a la muerte aproximarse. Una vez producida la muerte, comenzaban los lloros y lamentaciones. Ponían cerca del cadáver alimentos y bebidas y quemaban hierbas especiales. Danzando y saltando se acercaban al cadáver y le ofrecían sus manjares y viendo que no los probaba lo comían ellos. Las ceremonias duraban ocho días y luego lo enterraban en una fosa, vestido con ropas dadas por sus amigos y quemaban la casa para impedir su regreso. El luto era llevado durante un año al modo europeo, es decir, con trajes negros.
Como para los diaguitas sólo existía la muerte violenta, todo fallecimiento se suponía provocado. De ahí las sospechas entre los deudos y las discordias entre familias, que solían epilogar en escenas sangrientas.
La creencia en el más allá ha debido dar origen a todo un ciclo de ceremonias relacionadas con la muerte, cuyos efectos comprueban hoy los arqueólogos, sin poder determinar los detalles de las mismas. Desde el entierro en posición ritual, hasta la elaboración de sepulturas pircadas, acompañando al muerto con su ajuar funerario. Y quizás incluya un outillage especial, como serían las que Ambrosetti llama tabletas de ofrendas.
Estos hábitos, tan sintomáticos, comprendían también a los niños. Una de las costumbres más típicas de esta región es, en efecto, los cementerios de párvulos, los cuales –casi siempre de muy corta edad- eran depositados en urnas. Estos enterratorios suelen ocupar vastas extensiones, relativamente alejadas de los lugares de habitación. En cambio, los entierros de adultos se solían efectuar en las propias viviendas, en las que se continuaba habitando, como lo demuestran las condiciones estratigráficas de numerosos hallazgos. Los entierros de adultos no se efectuaban siempre en cámaras pircadas; muchas veces el entierro se hacia directamente en hoyos en la tierra, y, aún, suelen encontrarse algunos casos extraordinarios de entierros en urnas, a la manera de los niños, pero –generalmente- en urnas groseras sin la belleza del decorado de las que servían para depositar los restos de los párvulos en el valle de Yocavil. La mezcla de estos diversos tipos de enterratorios hace imposible establecer áreas de repartición geográfica.
Concretamente, ignoramos cuanto se refiere a sus mitos y a su folklore. No pueden hacerse preferencias, al estilo de las que Adán Quiroga traza acerca de las representaciones de la lluvia y de las fuerzas telúricas con ella vinculadas. Otro tanto ocurre con numerosas interpretaciones de motivos de decoración, que han apasionado a nuestros arqueólogos de la primera hora. Es el caso de recordar las juiciosas palabras con que Outes condena esta práctica: Desgraciadamente, las investigaciones en mi país, en lo que se refiere a los restos hallados en las regiones mencionadas, comenzaron por la última tarea a realizarse, pues las más de las veces, han sido encaminadas en el sentido de averiguar o interpretar, por lo general a fortiori, el supuesto valor ideográfico de representaciones cuyo verdadero origen se ignoraba.
Por último, cabe señalar dos manifestaciones que pueden tener importancia desde el punto de vista espiritual. La una es el hallazgo, en La Rioja, de algunas estatuitas de acentuado aspecto fálico, pero que –según Boman- no poseen ese carácter ni evidencian, por lo tanto, la existencia de un culto de esa naturaleza. La otra está constituida por esas agrupaciones superficiales de piedras, harto comunes en todo el noroeste y que se denominan apachetas. Ante ellas, el primitivo actual, como el indígena de la época de la conquista, se detiene, arrima su piedrecilla, deposita su acuyico o sus hojitas de coca, derrama sus gotas de alcohol. Es la morada de las fuerzas tutelares de los hombres y de los rebaños; honrarlas es ganar su ayuda, que permitirá cubrir la jornada sin temor de un mal paso, de una despeñada y del oculto turbión del río traicionero.
fuente: LA ANTIGUA PROVINCIA DE LOS DIAGUITAS. Por FERNANDO MARQUEZ MIRANDA