El escritor Carlos Robles cree que hace falta una dirigencia firme y sin veleidades
Francisco Sotelo
Un médico descendiente de alemanes, un inmigrante boliviano o un sobrino con poco éxito en los negocios que se apropia de una finca de los tíos, de repente aparecen convertidos en caciques. Los grupos de personas recientemente autoidentificadas como «diaguito calchaquí» son denunciados en Cachi como «usurpadores».
Una ley de 1985, improvisada, como tantas en nuestra democracia, permitió que surgiera en los valles salteños un nuevo estilo de «piratería». Estos seudoaborígenes, que no hablan quechua ni cacán, ni saben quiénes son sus antepasados, invocan derechos ancestrales. «Hacen negocios y lo único que les interesa es quedarse con fincas ajenas» sostiene Carlos Robles, un escritor y empresario que se anota entre los damnificados. Los «caciques» encarnan las nuevas formas de clientelismo, cobran sueldos por ocupar ese cargo -que en las tradiciones aborígenes se obtenía por mandato de los mayores- y hacen política rentada, ante la mirada contemplativa de algún juez y algún fiscal.
«Esto se debe a la ausencia de dirigentes políticos que pongan las cosas en su lugar y no se manejen con veleidades. Los pueblos originarios tienen que ser realmente originarios y tienen derecho a vivir en tierras que se les asignen. Pero a vivir bien, con educación, capacitación laboral y salud garantizada. Tienen derecho a vivir con dignidad», agregó Robles.
Lo que pasa en los valles salteños parece muy diferente. «En primer lugar, no es posible que alguien se convierta en calchaquí para usurpar la propiedad de quien la compró o la heredó legítimamente; además, no se puede engañar en su buena fe a gente que en serio piensa que se están reivindicando derechos de los pueblos».
http://www.eltribuno.info/salta/nota/2017-9-9-0-0-0-el-sofisticado-negocio-de-convertirse-en-calchaqui